Primero leímos qué entiende por “pereza” la Real Academia Española de la Lengua: “Negligencia, tedio o descuido en las cosas a que estamos obligados. Flojedad, descuido o tardanza en las acciones o movimientos.”
Después dimos nuestras propias definiciones y notamos que había una variedad de perezosos: desde “un vago al que nada lo motiva”, “el inmaduro que no toma responsabilidades” hasta el que tiene una “pereza organizada”, que sería aquella persona que primero cumple con sus obligaciones y después se relaja y disfruta del doce far niente.
Se planteó cómo nuestra sociedad exige, tanto a los adultos como a los niños, a ser productivos, a “estar en movimiento constante”. Y por lo tanto critica el ocio y lo confunde con la pereza.
Recordamos que en los encuentros anteriores dijimos que algunas conductas vistas como pecados para la religión, se consideran patologías en psicología. Esto ocurre con algunos perezosos, que a los ojos de un psicoterapeuta son personas que padecen depresión: no es activo porque no quiere, sino porque no puede.
A partir de aquí propusimos y desarrollamos diversos motivos que llevan a la “pereza”: patologías orgánicas, mala alimentación, autoestima baja, miedo al fracaso, perfeccionismo, modelos y mandatos familiares, “etiquetas familiares”, sobreprotección en la infancia, etc. Habría que evaluar individual y profundamente qué lleva a una persona a ser perezosa y por otro lado qué siente siéndolo. Puesto que algunas tal vez no sientan nada, otras pueden sentir angustia, culpa o temor a la estigmatización.
Vinculamos la pereza con la procastinación (que consiste en aplazar el cumplimiento de una actividad y en su lugar realizar otra que pueda ser más placentera o sencilla.).
Nos resultó importante resaltar que cualquier conducta debe ser considerada patológica solo si dificulta el buen desenvolvimiento cotidiano de la persona.