La autoestima puede ser positiva o negativa.
La imagen que tenemos de nosotros es una construcción que se inicia desde el nacimiento y se modela en la interacción con nuestros padres y personajes significativos de nuestra vida. En realidad esta imagen se comienza a gestar antes del nacimiento porque los padres ya tienen expectativas y fantasías acerca del nuevo ser que está por llegar.
Los modelos, mitos y mandatos familiares tienen un papel muy importante en la conformación de la autoestima de una persona. Por ejemplo, una niña que nace en una familia donde se considera que los hombres son más importantes que las mujeres, probablemente tendrá una imagen desvalorizada de sí misma, independientemente de sus habilidades y logros reales. La familia funciona como un espejo donde el niño se mira y aprende a reconocerse. El vínculo del niño con su familia irá forjando su identidad y a partir de ella el sujeto se relacionará con el mundo que lo rodea.
Los padres que estimulan a un niño y valorizan sus logros, lo ayudarán a sentir confianza en sí mismo. Por lo contrario, un niño cuyos padres han descalificado o burlado, creerá que es alguien poco valioso y actuará de este modo a lo largo de su vida.
Pero para que un niño desarrolle su autoestima positiva, no solamente deberá ser estimulado y aprobado por sus padres, también tiene que ver que sus padres se valoricen a sí mismos. Si la madre que le aplaude sus logros es una mujer frustrada y desvalorizada (por los otros y por sí misma), le transmitirá a su hijo un mensaje conflictivo que dificultará el desarrollo de una autoestima positiva en él: “Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”.
La autoestima tiene que ver con la confianza en uno mismo. Confianza en cómo se va a desenvolver a lo largo de la vida a todos los niveles: laboral, social, familiar.
Una persona insegura de sí misma va a transmitir a los demás lo que siente: sus dudas respecto de sus capacidades e incluso de su aspecto físico. Esto genera un efecto en el otro que a su vez le devuelve una imagen desvalorizada. Se provoca una retroalimentación que instala para siempre al “inseguro” en ese lugar. Por ejemplo, si una persona insegura, con autoestima baja, va a una entrevista de trabajo y da por descontado que los otros candidatos son mejores que él, seguramente va a tener un mal desempeño, y no obtendrá el puesto. Con lo cual va a confirmar su suposición (casi un dogma) de que no es suficientemente bueno y de que los demás son mejores que él.
El psicoanálisis propone el término Ideal del Yo para describir una instancia psíquica que constituye un modelo al cual el yo del sujeto quiere asimilarse. Una cosa es lo que uno es y otra lo que a uno le gustaría ser. Por lo tanto, si uno está muy lejos del ideal que le gustaría ser, se siente mal consigo mismo, se desvaloriza. Pero si el ideal está cerca (incluso si en algunos aspectos se alcanzó) uno se siente muy bien consigo mismo.
El deseo de trabajar sobre autoestima surgió en la última reunión a raíz del tema que estábamos tratando: el abuso. Una persona se deja maltratar porque tiene la estima de sí misma muy baja y por lo tanto no cuestiona la violencia del otro. Da por lógica y esperable la falta de respeto y de amor del victimario hacia ella. Si ella está en falta, si es alguien que no vale, el violento tiene permiso de descargar su odio sobre ella.
Hay personas inteligentes y capaces que, sin embargo, se desvalorizan constantemente. Tienen un diálogo, una pelea interna con un rival que es “ideal”, es “perfecto”. A veces este “ideal” está proyectado en otro (un hermano, un amigo) y el sujeto entabla una competencia que sabe de antemano que perderá, que le resulta agotadora y que le genera mucha rabia y envidia.
Por otro lado, hay personas con discapacidades, con serios problemas físicos, que tienen una energía y unos deseos de superación tan grandes que han podido desarrollar habilidades especiales dignos de ejemplo.