Yo abrí la charla planteando que hay diferencias entre cómo nos vemos a nosotras mismas y cómo nos ven los otros. La idea que tenemos acerca de cómo nos ven los otros depende de nuestra autoestima, pues interpretamos lo que viene de afuera (las señales que nos envían: comentarios, miradas, etc.) de acuerdo con lo que pensamos de nosotras mismas. Una persona con la autoestima baja en general siente que el otro la mira con actitud crítica; aquel que se siente bien consigo mismo, considera que los demás también lo aprecian y valorizan.
En la charla trajimos nuevamente a escena a nuestra familia, y en particular a nuestros padres: ellos fueron modelando nuestra persona y fueron los primeros que nos “devolvieron” (a modo de espejo) una imagen de nosotras mismas. Para nosotras fue fundamental “cómo nos veían ellos”. Cuando éramos chicas hacíamos algo e inmediatamente mirábamos la cara de nuestros padres esperando una respuesta: cara de aprobación, cara de enojo, cara de paciencia… caras como espejos.
Al promediar la charla nos dimos cuenta de que esos “otros” que nos miran, y cuya mirada es importante para nosotras, fueron cambiando a lo largo de nuestra vida:
-Cuando fuimos niñas nos importaba la mirada de nuestros padres.
-Cuando fuimos adolescentes nos importaba la mirada de nuestros pares.
-Cuando fuimos adultas jóvenes nos importaba la mirada de nuestra pareja.
-Ahora, de adultas mayores, nos importa la mirada de nuestros hijos adolescentes y adultos jóvenes.
Acordamos que, cuando eran pequeños, nuestros hijos nos veían como ¨Mujer Maravilla¨, como una madre todopoderosa y que, si bien esta imagen no se mantiene con esa intensidad, tanto a ellos como a nosotras nos cuesta abandonarla.
Fue muy interesante trabajar la idea de que “con el tiempo nos parecemos más a nuestras madres”. Y ante los comentarios críticos y risueños, una de nosotras rescató la posibilidad que ahora tenemos de evaluar las enseñanzas que tomamos de ellas. Y otra de las participantes agregó que “esté la madre viva o no, está internalizada y” que “nos encontraremos haciendo y diciendo lo que ella hacía y decía.” “Son los mandatos maternos” aseguró una tercera, recordando conceptos de reuniones anteriores.
Hacia el final de la reunión convinimos que es importante “filtrar” tanto lo que se dice a otro, como lo que otros nos dicen a nosotras. Como dijo Karina Greco: “hay que ser sincera, pero no hacer sincericidio”
Todas acordamos que con el paso de los años nos importa cada vez menos qué piensan los otros de nosotras y que nos sentimos cada vez más libres de hacer y decir lo que queremos.