Con una enorme sonrisa, que delataba momentos muy felices, una de nosotras dijo que para ella la adolescencia fue una hermosa etapa de descubrimiento y de disfrute. “La pasábamos bárbaro” dijo otra. Entre varias recordaron con cariño y entre risas las idas a bailar “en barra”, los primeros tacos altos, el juego de la botellita, el primer beso, los cumpleaños de 15 y manos masculinas buscando tesoros en la oscuridad de un cine.
A continuación, y mostrando el lado opuesto de las vivencias, una de nosotras dijo: “yo no estaba bien en mi propia piel”. Comentó diferencias con sus padres y contó lo bien que le hizo entrar en la facultad y tener su grupo de pertenencia en el Centro de Estudiantes. Esta libertad ofrecida por la Universidad fue compartida por otra de nosotras, que había padecido la escuela de monjas.
La mayoría comentó “cortocircuitos” con los padres vinculados a la sexualidad (la culpa por tener deseos sexuales, el temor al embarazo, “el qué dirán”) y básicamente a la falta de libertad. El siguiente comentario es clarísimo:
“Odié la adolescencia. Y el mejor recuerdo que tengo es el último timbre de quinto año. Era feliz porque era libre.”
La adolescencia es una etapa de la vida en la que los cambios del cuerpo, la mente y el entorno se vuelven difíciles de entender y manejar, tanto para el adolescente como para los padres.