Una de nosotras abrió la reunión recordando lo ocurrido en un encuentro anterior, en el que ante la pregunta “¿Elegirían al mismo marido?” solo una respondió positivamente.
Se habló de la relación de pareja, de la elección que se hace en la juventud y de la evaluación que se hace después de diferentes situaciones vitales compartidas con el marido. Algunas comentaron estar satisfechas con lo logrado y otras plantearon la necesidad de hacer cambios.
Una de nosotras expuso que hace un tiempo se está cuestionando acerca de ella, más allá de su relación con su marido. Y planteó lo importante que es “aceptarse”, dejando bien en claro que no es lo mismo que “resignarse”. Sus cuestionamientos giraron en torno a “¿Cuánto valgo yo?”, “¿Cuánto me valorizo yo?”, “Esto que soy yo: ¿lo voy a cambiar?”, “Tengo que aceptarme como soy.”
A partir de aquí dejamos de “mirar hacia afuera” y comenzamos a hacerlo “hacia adentro”. Dejamos de hablar de la pareja y nos centramos en cada una.
Hablamos de lo que hicimos y de lo que cada una tenía pensado que lograría. De la exigencias internas y externas. De los ideales cumplidos y los no cumplidos.
Se habló de las ilusiones y desilusiones. Ante el cuestionamiento de si era bueno tener expectativas y correr el riesgo de verse defraudada, surgieron las afirmaciones de la importancia de tener objetivos y proyectos.
El tema de la desilusión se vinculó no solo con nuestras expectativas personales, sino con las puestas en nuestros maridos. A partir de acá se habló del envejecimiento que trae aparejada la enfermedad de la pareja y la propia. Y también la pérdida.