¿Cómo construimos una ilusión? La ilusión se arma a partir de deseos, de fantasías. Un buen ejemplo es el enamoramiento: una mujer suma a las características positivas del hombre amado las que están en su cabeza, en su fantasía. Y construye un hombre mitad real, mitad ilusión… mitad de la que se desilusionará más adelante…
La desilusión es un sentimiento muy complejo que incluye: sorpresa, tristeza, insatisfacción, enojo y frustración.
Algunas mujeres del grupo plantearon que también la esperanza, los proyectos y las expectativas serían sinónimos de ilusión. Es decir que podríamos decir que habría una ilusión “constructiva” o “positiva” en términos de una fantasía inicial que llevada a la práctica se convertiría en un hecho que nos daría satisfacción.
Pero, entonces, habría una ilusión “destructiva” o “negativa”, que sería aquella que nos impide ver la realidad, la que nos engaña.
Muchas veces es bueno y necesario desilusionarse o desilusionar a alguien. Aunque sea doloroso, es sano desenmascarar lo que no es real. Por ejemplo: desilusionarse de una pareja que no es quien creíamos que era nos permite separarnos y buscar otra persona.
Desilusionar a nuestros padres eligiendo una persona o una carrera que ellos no consideraban que fuera la conveniente para nosotras. Al elegir distinto (desilusionando) nos independizamos, cortamos con deseos de otros que no son los nuestros.
Lo mismo podemos decir de nuestros hijos: no son lo que habíamos creído que eran. No los conocemos en todos sus aspectos.
Todas sabemos que no todo lo que brilla es oro. Y aunque parezca que somos pesimistas, muchas veces, no “engancharse”, no dejarse engañar por algo que parece maravilloso y no lo es, resulta mucho más sano que dejarse llevar por la ilusión.