Dimos ejemplos de avaros que, teniendo mucho dinero, no lo quieren gastar ni en otros ni en ellos mismos. Son sujetos que viven miserablemente, aunque podrían vivir espléndidamente.
Nos preguntamos por qué alguien puede disfrutar almacenando dinero en lugar de gastarlo. Y surgieron dos respuestas: 1) “hay distintos modos de disfrutar, y algunos disfrutan sabiendo que tienen el dinero guardado”. 2) “para algunos el dinero es un medio y para otros es un fin”.
El cuidar en exceso el dinero que se tiene nos llevó a recordar el manejo que tenían de él nuestros padres y abuelos inmigrantes. La experiencia de la pobreza, y en muchos casos el haber padecido las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, los llevó a ser cuidadosos con los bienes materiales y nos lo transmitieron a nosotras.
Planteamos el temor a la pobreza como motivo de este “acaparar” del avaro. Esto nos llevó a pensar que hay avaros que han sido muy pobres, pero también los hay nacidos en familias muy adineradas.
Son múltiples las causas que hacen que alguien sea avaro: la crianza y mandatos familiares, motivos personales, circunstancias sociales externas.
Coincidimos en que el avaro es un sujeto poco solidario: no piensa en el otro, ni se pone en el lugar del otro.
Comparamos la avaricia con otros pecados y nos pareció interesante la semejanza con la gula y la lujuria, en el sentido de lo desmedido. El dinero, el alimento o el sexo no son malos en sí. Lo malo es que en estos sujetos parecería que nada es suficiente. Como vimos en “la gula”: no tienen sensación de saciedad. También comparamos al avaro con el soberbio: ambos se sienten frágiles, vacíos e intentan suplir esta carencia con bienes materiales o poder.