En el encuentro anterior habíamos trabajado extensamente los conceptos teóricos, y en éste salieron a la luz nuestras propias experiencias.
Las anécdotas giraron en torno a los mandatos y a los secretos familiares.
Fue importante aclarar que cuando en psicología se habla de mandato, la intensidad que sugiere este concepto no se debe a que los padres tengan una actitud hostil hacia los hijos, sino al poder que esta creencia tiene sobre nosotros. No siempre somos conscientes de un mandato familiar, y es justamente esto: el ser inconsciente, lo que lo vuelve poderoso. Uno lo tiene tan incorporado a su vida, que no puede reflexionar acerca de él, no lo puede cuestionar, y sin darse cuenta lo obedece.
La prohibición de hacer deporte o de bailar (porque “los monos bailan”), la obligación de aprender a tocar piano o de tener un título universitario, son unos de los tantos mandatos que se expusieron en la reunión.
A medida que escuchábamos los relatos sobre los secretos familiares, nos iba sorprendiendo la similitud de muchos de ellos. Incluso, algunas pudieron contar sus historias de familia animadas ante la coincidencia con el relato de otra. No voy a transcribir aquí lo que dijimos. Fue dicho en el contexto del grupo. Es privado. Pero lo que sí me parece importante escribir, es la sensación de alivio que se despertaba en nosotras al compartir historias prohibidas, largamente ocultas, y comprobar que, en un entorno de contención y cuidado, no es peligroso hablar de ellas. Fue interesante también, darnos cuenta que si bien esos fantasmas fueron creados por algún pariente lejano, de algún modo los hicimos nuestros y nunca nos cuestionamos su existencia.
Generalmente en una familia se guarda secreto acerca de algo que provocaría un rechazo social y/o familiar: hijos ilegítimos, problemas legales, preferencias sexuales, etc. Lo curioso es que muchas veces los que tuvieron motivos para ocultar estos hechos han fallecido mucho tiempo atrás, y sin embargo el secreto se mantiene. Esto nos hizo pensar acerca de cómo actúa cada uno frente a un secreto familiar. Algunos lo develan y la mayoría, por lealtad familiar (muchas veces inconsciente), lo sostiene.
Reflexionar sobre aquello que nos han enseñado, conversar sobre tradiciones que se han acatado sin pensar, revisar qué transmitimos a nuestros hijos, son las herramientas que tenemos para saber dónde estamos paradas y no actuar ciegamente.