No solo la violencia sexual, física o psíquica es definida como abuso. También lo es la negligencia, es decir, la falta de cuidado y atención de las necesidades básicas de un sujeto. Esto se observa especialmente en menores, en enfermos y en ancianos.
En el encuentro se plantearon situaciones de maltrato que están fuera del área doméstica como lo son el abuso de autoridad (por ejemplo en la relación médico-paciente) y el abuso intelectual (en la relación profesor-alumno).
La relación abusiva que trabajamos con más profundidad es la que ocurre dentro de la pareja. En todo vínculo violento hay por lo menos dos integrantes: un abusador y un abusado. No basta que uno de ellos maltrate, hace falta que el otro acepte ser maltratado. Por supuesto que cuando planteamos esta idea de “aceptar” ser maltratado, no la pensamos en términos conscientes. Estuvimos de acuerdo con el hecho de que muchas veces una mujer no se da cuenta de que es maltratada y por lo tanto no hace nada para defenderse. Y otras veces, aunque sea consciente de ello, su relación de dependencia es tan fuerte que le impide rebelarse.
Recordamos lo conversado en reuniones anteriores en cuanto a los modelos y mandatos familiares. Hay familias en las que se repiten estos patrones de sometimiento. Familias compuestas por hombres violentos y mujeres frágiles y dependientes. Familias en las que es tan “natural” esta imagen que no pueden tomar distancia y tener otra perspectiva del asunto, y por lo tanto generar un cambio.
La violencia que se ejerce dentro de la pareja puede incluir maltrato sexual, emocional o psicológico y maltrato físico. Habitualmente el victimario es el hombre, aunque a veces él es la víctima (se han registrado casos de mujeres “golpeadoras”). Las estrategias del victimario para controlar las emociones y la conducta de su cónyuge pueden ir desde los insultos y las amenazas, hasta golpes con verdadero daño físico.
Hay modalidades de abuso que no son tan obvias, que pasarían desapercibidas, pero que son igualmente violentas. Una de ellas es el abuso económico, que consiste en no permitirle a la mujer que trabaje, o a ser el hombre el que tome las decisiones importantes del hogar y de cómo y cuándo se dispone del dinero.
No siempre los gritos y los golpes infunden miedo en la víctima, a veces bastan miradas, gestos o el uso de palabras ofensivos; incluso se puede controlar a alguien manteniéndola aislada de los seres queridos y de su vida social, con la excusa de sentir celos y temor de perderla. Otros victimarios juegan con la mente de su víctima haciéndole creer que está loca y que es la culpable de haber provocado el abuso.
Es habitual que los hijos de estas parejas sufran las consecuencias del maltrato. Tanto el abusador como el abusado se sirven de los menores para justificar sus conductas. Los utilizan como mensajeros para comunicarse, como rehenes para provocar amenazas o como escudos humanos para frenar estas mismas amenazas.
Es normal que en toda pareja haya discusiones, enojos y finalmente negociaciones. Lo que es preocupante e indica violencia en la pareja es la aparición de conductas, que en forma aislada podrían parecer insignificantes, pero que en su conjunto y debido a su frecuencia indican un patrón de conducta, un modelo de relación negativo.
Al final de cada uno de nuestros encuentros sentimos la necesidad de hacer una síntesis, de elaborar soluciones ante los problemas y temas que trabajamos. Y respecto al tema del abuso, la conclusión a la que arribamos es que la relación abusiva es un “baile” de dos. Basta que uno de los miembros de la pareja se niegue a “bailar”, para que se disuelva el abuso. La mujer abusada es cómplice de su propio maltrato y el primer paso para modificar esto es que tome consciencia de ello.