Acordamos que el envejecimiento se da a nivel físico, psíquico y social.
El deterioro físico nos asusta (incluso algunas le tienen miedo a la palabra “envejecer”) y, si bien se planteó que hay quienes no envejecen y que el envejecimiento depende de la actitud que se tenga, es real que el cuerpo envejece y que no nos responde del mismo modo que cuando éramos jóvenes.
No debemos confundir envejecimiento con enfermedad. Hay viejos sanos y jóvenes enfermos.
Acordamos que hay un estereotipo muy fuerte de la vejez en nuestra cultura judeo cristiana y que los modelos que tenemos de mujeres viejas no nos sirven. Nosotras somos pioneras en este nuevo modo de envejecer y tenemos que armar un nuevo modelo para las generaciones que vienen.
“Ahora somos conscientes de que hay un límite, que no somos infinitas” dijo una de nosotras. Y otra agregó: “Soy consciente que me queda menos tiempo y el tiempo que me queda quiero optimizarlo.” Y otra dijo: “Hay que aceptar la vida como viene y como es. Hay que encontrarle el encanto a cada etapa.”
Ser conscientes de que la pérdida de la belleza de la juventud es algo inevitable, nos llevó a valorizar las áreas psicológicas y sociales que, si bien sufren cambios, tenemos sobre ellas más posibilidades de manejo y modificación. ¿De qué manera? Manteniendo la mente ágil y haciendo aquello que no pudimos hacer de jóvenes. El tener nuevos proyectos y poner pasión en ellos es la clave.
Y por supuesto: tener un excelente sentido del humor.
Nos comparamos con los hombres. Una de nosotras señaló que muchos de ellos al jubilarse padecen de graves enfermedades tanto psicológicas (depresión) como físicas (cardiopatías). Esto no ocurre con las mujeres pues, en general, desarrollan múltiples actividades tanto antes como después de jubilarse.
También conversamos acerca del doble estándar que hay en nuestra sociedad respecto a la aceptación del hombre y la mujer mayores. En los medios de comunicación se ve con claridad cómo en un hombre se valoriza su experiencia y en una mujer su belleza física.
Al hablar de nuevos proyectos entró en escena el “abuelazgo”.
Una de nosotras dijo: “Los nietos son una trampa monstruosa: te dan la posibilidad de ser la que fuiste con tus hijos y podés tapar agujeros. Te dan la posibilidad de sentirte más jóven.”
Surgieron comentarios de lo más variados respecto de los nietos: el placer de estar con ellos, malcriarlos o ponerles límites, cuidarlos y dejar de lado otras actividades personales, o por el contrario: proteger nuestro tiempo personal dejando “la culpa” de lado al poder decirle a nuestros hijos que no podemos (ni tenemos ganas) de cuidar a nuestros nietos todo el tiempo.
La tecnología no quedó de lado en nuestra charla: nos adaptamos a ella y aprendemos a utilizarla a gran velocidad.
Como todas acordamos que, a medida que pasa el tiempo, nos volvemos más intolerantes con ciertas “tonterías” y que valorizamos determinadas cosas (afectos, momentos, etc.) y que cada vez más elegimos nuestras batallas, cierro este resumen con la frase que una de nosotras dijo al final de la reunión: “¡Este grupo va a lograr que todas nosotras seamos inimputables!”