La charla tomó dos caminos muy interesantes: uno tuvo que ver con la celebración de fiestas tradicionales en general, fiestas que se comparten con la familia (Pesaj, Navidad, Thanksgiving, etc.), y nos preguntamos por qué no siempre son cien por ciento satisfactorias. El otro camino que tomó la conversación fue el que vinculaba los festejos con la migración.
Veamos el primer tema. Si bien muchas personas disfrutan plenamente de las Fiestas, otras sienten que están obligadas a sentir alegría y armonía familiar, cuando lo que realmente les ocurre es que hay un clima de tensión o abiertas discusiones entre los invitados. La particularidad de estas Fiestas es que son reuniones familiares, de ahí que en muchos casos sean conflictivas. Cuando uno hace una reunión con amigos no surgen conflictos porque uno elige a los amigos (a la familia no). Como dijo una de nosotras: “en Navidad la gente se reúne con más o menos suerte según la familia que le tocó.” Y otra respondió: “Yo parto del principio de escoger, yo hago lo que me hace feliz”.
Lo que llamamos “la familia” es en realidad un conglomerado de familias (cada hijo con su esposa e hijos, cada tía con su esposo e hijos, etc.), cada una con sus reglas y sus creencias. Esto dificulta que haya la armonía familiar esperada, pues cada subgrupo tiene una cultura propia. A esto hay que sumar las diferencias generacionales que también provocan roces.
Cada familia es un mundo. Por lo tanto cada familia tiene sus propios conflictos, puntos débiles y buenos momentos.
Hay familias que se reúnen y disfrutan estando juntos. Hay otras en las que cada reunión es una batalla campal o, si tratan de evitar roces, dan la impresión de que está todo bien, pero es solo una fachada y no pueden evitar transmitir un clima de tensión.
Algunos se proponen resolver los problemas familiares aprovechando la “magia” de la Navidad, y según dijo una de nosotras “porque están los otros de testigos”. Pero no es el mejor momento para solucionar viejos problemas que requieren conversaciones profundas para resolverlos.
En vez de pretender estar eufóricos, lo ideal sería tratar de pasar las Fiestas lo mejor posible, tolerando las diferencias y disfrutando de aquello que sí se tiene: la posibilidad de reunirse, de comer cosas ricas, de conversar y de reír.
En cuanto a las Fiestas y la migración, diferenciamos cómo vivimos las celebraciones al poco tiempo de llegar de nuestros países de origen y cómo las vivimos ahora, después de 10, 20 o 30 años de vivir fuera de “casa”.
Fue muy interesante darnos cuenta que nuestra migración fue diferente a la de nuestros padres, tíos y abuelos que, allá lejos en el siglo pasado, salieron de Europa y se fueron reencontrando en América. La mayoría de nosotras emigró con su marido y sus hijos. Nada más. Nuestras familias quedaron en otro lado. Pero otra diferencia, y en este caso positiva, es el desarrollo de la tecnología que nos permite comunicarnos fácilmente con nuestros seres queridos y de este modo sentir que la distancia es menor.
Para todas nosotras los primeros tiempos, los primeros festejos, fueron duros, pero poco a poco nos fuimos adaptando a este país, hicimos amigos que adoptamos como familia y a la vez, nuestro pequeño núcleo familiar fue creciendo y se fue ampliando.
En el grupo hicimos una mini evaluación de pros y contras respecto a estar lejos de nuestros países, y el resultado fue una mezcla de sentimientos. Por un lado extrañamos a la familia que quedó lejos, pero por otro lado nos alivia quedar al margen de los conflictos familiares que inevitablemente surgen en cada encuentro.
Puesto que somos un grupo multicultural, hacia el final de la reunión propuse que comentáramos cómo son las costumbres y tradiciones de nuestros diferentes países. No voy a dar detalles, pero los relatos tocaron todo el espectro posible: desde la ausencia total de festejo en Cuba hasta los miles de rituales y celebraciones en México.
Y más allá de nuestras diferencias, todas tenemos algo en común: el recuerdo de la mesa larga, larga, con la familia alrededor…