La religión católica considera a la lujuria uno de los siete pecados capitales y lo define como un deseo sexual descontrolado. Admite el sexo solo dentro del matrimonio y únicamente para la reproducción.
En psicología no se utiliza el término lujuria, y en su lugar se habla de hipersexualidad o de adicción al sexo. En la reunión leímos los criterios diagnósticos del DSM V, y aprendimos que la hipersexualidad es un deseo sexual incontrolable, exagerado, que lleva a la persona a actuar sin evaluar las consecuencias. No tiene otro interés o satisfacción que no sea el deseo sexual, y su vida cotidiana (trabajo, familia, amistades) se ve modificada por estas conductas que todo lo invaden.
Por supuesto que no hay que confundir este tipo de conductas con las de personas normales con intensos deseos sexuales que pueden disfrutar de su cuerpo, del placer y la pasión.
Antiguamente los fenómenos naturales no tenían explicación científica (debido a la inexistencia de las ciencias) y se “explicaban” desde la religión.
El ser humano, en tanto miembro del reino animal, está determinado por leyes naturales y éstas se manifiestan en su cuerpo y su conducta. Como ocurre en otros animales, la excitación sexual se utiliza con fines reproductivos y sociales. Además se agrega el goce propio y del otro. Estas leyes naturales, hoy en día, son estudiadas por la medicina, la biología, la química, la psicología y la antropología. En el encuentro citamos algunos ejemplos de científicos en estos campos. Sigmund Freud (comienzos del siglo XX) en psicología; Kinsey (1938-1952) y su informe sociológico sobre comportamiento sexual y Masters y Johnson y su investigación sobre los procesos biológicos de la sexualidad compilados en “La respuesta sexual humana” (años ´60).
Es interesante ver cómo socialmente, y gracias a estos avances científicos, se modificó la concepción que se tenía del sexo. Hasta no hace muchos años se consideraban prohibidas todas las actividades sexuales que se daban fuera del matrimonio. Incluso dentro del matrimonio había límites en cuanto a ciertas conductas.
Todas acordamos que hoy en día hay más libertad sexual. Las que fueron a escuelas religiosas comentaron acerca de la represión que padecieron, donde no había ningún tipo de permiso ni siquiera para hablar de temas sexuales. Una de nosotras agregó que hay diferencias regionales: “Son más activos sexualmente en el trópico”. Esto nos llevó a intercambiar ideas acerca de las diferencias culturales respecto a la sexualidad.
Hablamos sobre el sexo y los jóvenes, y notamos que muchos confunden libertad sexual con cierta falta de límites, de cuidado. Creen que evitar un embarazo o no contagiarse de una enfermedad de transmisión sexual es suficiente. Y no se detienen a pensar si sus encuentros sexuales son realmente deseados, si son tomados en cuenta por el otro, si toman en cuenta al otro, si son o no provocados por substancias (alcohol o drogas) o por el grupo de amigos.
Años atrás la sociedad “prohibía” el deseo y los comportamientos sexuales, ahora parece que los estimulara y, en algunas ocasiones, empujara a los jóvenes estén o no maduros para hacerse cargo de su propia sexualidad. Los medios de comunicación usan cada vez más al sexo para atraer al consumidor.
Por supuesto que el tema tecnología se hizo presente y nos llevó a plantear otro problema: el fácil acceso a la pornografía y a la prostitución por internet.
Los cambios en las nuevas mentalidades han permitido que la sexualidad sea aceptada y disfrutada. Años atrás la sexualidad era cosa de hombres, a las mujeres no se les permitía sentir placer sexual: eso era lujuria, pecado. Si quería sentir placer era considerada una mujer fácil, una prostituta.
Años atrás el amor y la pasión sexual estaban disociados (y aún hoy en día algunas personas los separan). Al considerar al matrimonio como un espacio en el que la sexualidad se permite solo para la reproducción, la esposa era considerada asexuada: pura y reprimida. Por lo tanto el hombre buscaba fuera a la mujer sexuada que era la prostituta o la amante.
Al final del encuentro acordamos que como madres debemos transmitir a nuestras hijas el disfrute y cuidado de sus cuerpos. Enseñarles que sentir placer es muy bueno, que no está prohibido y que deben vivir su sexualidad de acuerdo a sus deseos, respetando al otro y respetándose a ellas mismas.