En una pareja se puede competir por el nivel académico, los ingresos, el lugar en la familia, el tipo de trabajo, o simplemente el hecho de trabajar o no trabajar, la relación con los hijos, el nivel de inteligencia, el estado físico, la cantidad o calidad de amigos, e incluso el desempeño sexual.
Hay personas particularmente competitivas en los distintos ámbitos de su vida y la pareja es un lugar más de competencia.
Por otra parte es válida cierta dosis de competencia que surge de pretender imponer los modos de vida que nos han sido inculcados en nuestras familias. Una de nosotras lo ilustró diciendo: “Yo a mi marido siempre le digo: ‘Somos de dos tribus’”.
En otras épocas los roles estaban tan divididos que parecía no haber conflicto: la mujer se ocupaba de la casa y los hijos, y el hombre salía a trabajar. Ahora ambos, al compartir los mismos espacios, se comparan y compiten.
Algunas de nosotras plantearon que en las parejas jóvenes no se daría esta competencia. Creen que no existen roles fijados por el género y que cada uno desarrolla roles intercambiables sin competir con el otro.
Lo ideal sería que los logros individuales fueran disfrutados por ambos. Que diera satisfacción admirar a quien se tiene al lado. Pero en muchas parejas surge la envidia y el resentimiento cuando uno de los dos es exitoso.